Si en Venezuela se hubiese pensado en una Basilea, en una capital ombligo del centro de su territorio como eje de la ruleta para su desarrollo, las coordenadas las hubiera fijado muy cerca de donde están las poblaciones de Cabruta y Caicara del Orinoco. Ambas en las orillas de la mágica Guayana.
Cabruta se consideraba la “puerta del Sur” desde mucho antes de saberse “flower” en la faja bituminosa del Orinoco. Caicara del Orinoco sin proponérselo —sin casi intuir el porvenir que le han traído el MOP y el tiempo— está situada en la otra orilla del río dispuesta a ser la capital de un mundo nuevo. Como quien juega terminales en eso de ser polo de desarrollo sin mucho entusiasmo dentro de la mecánica de futuro.
Cabruta está a orillas del Orinoco y pertenece al estado Guárico. Caicara del Orinoco en Guayana, es decir, en el estado Bolívar. No están frente a frente.
Pero están unidas por el cordón umbilical de los ferris y las falcas. Caicara del Orinoco está más al este, como a diez o doce kilómetros. Y entre ambas poblaciones, el mítico río —casi mar dulce—, deslizando leyendas, sugiriendo viajes.
Desde Caicara hay una carretera a Ciudad Bolívar. Ahora están pavimentando el trayecto hasta Maripa. Aun estando en buenas condiciones, los transportistas ahorran tiempo y dinero llegándose a Cabruta y pasando el ferri hasta Caicara. Esto y el permanente embarque de mercancías para Puerto Ayacucho y otras poblaciones del Territorio Federal Amazonas, hacen que a Cabruta la denominen “puerta del Sur”.
El segundo umbral es Caicara. Y desde Caicara del Orinoco se están construyendo —con un mismo troncal— tres carreteras. Una hacia San Juan de Manapiare y con ella un paso hacia las fértiles tierras del Alto Ventuari; otra —ya trocha, en espera de puentes y drenaje— hasta los campos mineros de Guaniamo, y una tercera acercará a Puerto Ayacucho al Centro —por La Urbana—, que convertirán en realidad de paseo un mundo utópico.
¿Ha pensado la gente de estos lugares la trascendencia de esas vías de comunicación? Se ponen al alcance del hombre de los grandes frutos. Sabanas y vegas vírgenes para ser vencidas por colonos.
Minerales, recursos renovables —para ser planificada su explotación—, agua en abundancia, mejores tierras, en extensiones envidiables para fundar —lo que parece un sueño— pueblos y ciudades. La promisión hecha arado. Y Caicara del Orinoco término y destino de esos caminos, como en una rifa, capital de un futuro que la hará aparecer en letras mayúsculas entre las grandes poblaciones de los nuevos mapas.
Pero mientras llegan esos días y esas dimensiones de nuevo mundo, vamos con nuestra realidad de hoy. La que viven Cabruta y Caicara del Orinoco, poblaciones que si con algo sueñan es con amanecer mañana.

Soledades de barro
La carretera que lleva al viajero a Cabruta nace en Chaguaramas. Tiene 210 kilómetros y cobran 25 bolívares el pasaje en carritos por puesto. En todo el viaje sólo observará dos grandes pueblos: Las Mercedes y Santa Rita. Y unas soledades amontonadas que solo pueden soportar el sol y el barro.
Esta carretera tiene un tráfico importante y está en buenas condiciones en la mayor parte del recorrido. Por las velocidades alcanzadas también deben preverse los accidentes. Ante un volcamiento o un choque, ante la emergencia de heridos, habría que esperarse la ambulancia de Valle de la Pascua. (Puede calcularse en más de 300 kilómetros la ida y regreso). Aparte de que ignoro como podría avisárseles, ¿no sería más previsor contar con un vehículo de emergencia en Cabruta?
El camino entre Chaguaramas y Cabruta le permite observar al viajero la aridez de Guárico. Lagunas secas, bosques empolvados y barro rojo gritando su sed. La falta de potreros, de siembra de pastos, da la sensación de que el ganado vive abandonado y uno se admira de ver algunas reses ingeniándoselas para seguir rumiando.
Hay zonas arenosas que parecen playas. Como arenas escapadas de un desierto. Y la poca hierba que ha crecido a orillas de la carretera se ha contemplado demasiado en el espejo del sol y ahora parece trigo para la siega.
Al llegar a Cabruta se está en el Orinoco. Se ve ganado abrevándose en el río y se siente como un alivio. Es como tener sed y contar con un vaso de agua al alcance de la mano. En un clima así uno se solidariza hasta con los animales. Con una temperatura como la de este verano hasta las voces —al hablar cerca— son unos pocos ventiladores.

Cabruta
Cabruta ya existía a principios del siglo XVI. Su denominación es una corrupción del nombre de un cacique cabre. A Cabruta vino a dar el barinés Miguel de Ochagavía cuando navegó el Apure. Por estos mismos lugares estuvo el jesuita José Gumilla. Cabruta tiene historia, pero pocos atractivos como pueblo. Su importancia se la debe al puerto. Y en éste tampoco hay nada que admirar. Ni muelles tiene. Una vieja bomba de gasolina y una ladera de barro que el río cubre y descubre según sus aguas.
El encanto del lugar lo brindan el Orinoco y las embarcaciones ancladas. Barcos y aguas que saben a aventura. Toldillas que esconden chinchorros y nombres de pueblos que son escalas en la memoria y en el río, como ensoñación, como viejos días con sabor a otras historias, a otros personajes, a otras vestimentas. El Orinoco tiene espíritu. Contemplándolo se navega por los libros.
Cabruta tiene alrededor de 2.000 almas y cerca de 7.000 habitantes en el municipio. Viven de la ganadería, la agricultura y la pesca. Bueno, malviven. Conversé con una serie de personas y al discutir por una serie de respuestas llego a la conclusión de que preguntar es lo más parecido a poner un prisma frente a la luz del sol, con la diferencia de que en lugar de colores —aunque estos también salen, circunstancialmente— por cada arista brotan y se suceden las denuncias. Problemas como círculos concéntricos, quejas como círculos viciosos del subdesarrollo en que nos desenvolvemos y que algunos pretenden ignorar. Y creo que exponer algunos de ellos en la conciencia del lector —como siempre— es comenzar ya a solucionarlos.
Cabruta —como Caicara del Orinoco— tiene un grave problema con la falta de cloacas. Al no tener desagües hacia una zona donde las aguas negras no sean peligrosas y tratándose, además, de terrenos anegadizos, aquél problema se asocia al de las aguas de la lluvia o del río que se estancan. No hay ni declives. Y así abundan las enfermedades parasitarias.
Otros males de Cabruta son las enfermedades respiratorias y algunos casos de lepra.
Cabruta es un poco el trampolín que las gentes sin trabajo, sin profesión, con deuda, quizá que han tomado un palo a destiempo, utilizan para ir a minas. Es la lotería que se juega a orillas del Orinoco. Buscar tesoros y llenar los bolsillos en unos momentos. Claro, muchos nunca regresan. Tras ellos deambulan las prostitutas. Una población móvil que va y vuelve, que fomenta botiquines.
En Cabruta hay dos clases de gentes: los codiciosos y los humildes. Una población de Pedros Páramos que se debate, ciertamente, en la miseria.
Cabruta tiene una inflación propia. Hace más de diez años que un cafecito o un refresco cuestan un real. Y así ocurre con las demás cosas. Cada comerciante legisla para sí. Hay comerciantes acaparadores de pescado —muchas cavas salen para Los Andes—, otros que se enriquecen dando créditos a precios abusivos a los campesinos…
—El campesino aquí siempre ha sido esclavo y todavía lo sigue siendo. Él recibe un crédito en comestibles y ropa, a precios triplicados, en las fechas en que permanece inactivo. Es decir, en el verano. Y compromete ya su trabajo y sus recursos para el invierno en que siembra y puede cosechar una cantidad de algodón para pagar sus créditos. Paga sus créditos y queda otra vez en la miseria —me dicen. Y agregan:
—Entonces le queda un recurso: irse a la cantina. Tomar cerveza, gastar en la rocola —puro Beethoven mejicano— y escuchar unos cuantos discos. El campesino no estima que la vida le sirve para nada, ni que tiene mayores aspiraciones. En el botiquín peleará si es posible y amanecerá en la cárcel. Disgusto y abandono en la familia y seguir su vida errante y de miseria de siempre…
Si algo le queda al campesino, ahí están los turcos para esquilmarlo. Fiados que se inician con “¿Cuánto me das? ¿Cuánto ofreces?” pero que le sacan el jugo a la miseria.
Cabruta produce algodón.
Y agradezco mucho las declaraciones del doctor Víctor Ludeña Ontaneda, quien cree que a Cabruta le hace falta una remodelación para ser sana, un acueducto mejor y su muelle.
Sobre el Orinoco
Los gallos con sus cantos adelantan el amanecer. Aún no son las seis y ya hay una gran cola de camiones en el puerto animando la mañana. Los ferris salen cada dos horas. En realidad los llamados ferris son chalanas que cargan toda clase de vehículos. La cola irá desapareciendo en dos o tres viajes. Entre los vehículos hay enormes gandolas.
La chalana es empujada por un remolcador. Desde Cabruta hasta Caicara del Orinoco demoran cincuenta minutos. De regreso —río arriba— tardan entre hora y cuarto a hora y media.
El río Orinoco desde la altura tiene un color plomizo. Ya navegando, entre las olas, se descubre su auténtico color de barro, de piel de indígena.
La biografia del Orinoco, aparente restaurante de caimanes y pirañas, es su costa. En sus orillas hay soledades del génesis. El Orinoco es la vena de un mundo utópico que teje, con dedos de agua, cultivándola, la más genuina flor humana: la esperanza.
En esta época pueden admirarse en el río grandes playas. Y pienso en lo sugerente que es el Orinoco. Nada tan turístico —para un turismo interno— y tan al alcance de la mano con mayores posibilidades para encontrar la belleza y la emoción. Todo parece estar por inaugurarse.
Las cotúas decoran las piedras y en la arena de las playas, mojándose las patas, un rosario de guanaguanares y gaviotas. Mientras, las golondrinas parecen cortar el aire.
Y estamos en Caicara del Orinoco.

Caicara del Orinoco
—El pueblo era muy pequeño y se llevaba una vida pobre. Humilde. Pero muy acogedora, con vida propia…— me cuenta doña Inés de Díaz, hablándome con los lentes caídos sobre la nariz, risueña, recordándome el día de las madres cuando en realidad me estaba dando una imagen de cómo era Caicara.
Caicara del Orinoco sorprende por su crecimiento, por su auge, por su movimiento. Don José R. Villanera, concejal, me dijo que el pueblo fue fundado en el año 1777. Que lo hicieron unos clérigos en el cerro conocido como El Fortín. De allí las gentes se fueron acercando al río, pero debido a las crecientes y a las inundaciones —cosa que parece no conocieron en otras épocas— la población se ha ido extendiendo ahora para el sur. Caicara —según el mismo informante— tiene más de 16.000 habitantes y como 40.000 el Distrito Cedeño. Y todo esto sin contar los 20.000 que debe apadrinar Guaniamo.
Caicara de Orinoco tiene un buen aeropuerto. Está situado donde los religiosos que fundaron la ciudad pusieron un hato. En ese aeropuerto hay mucho movimiento de avionetas. También en Guaniamo —en Tiro Loco— están terminando otro excelente aeropuerto. Hasta el momento, los alimentos hasta Guaniamo sólo van por aire.
A mí me gustó la paz de Caicara. La tranquilidad de sus noches, con un silencio que daba lástima cortar con la conversación. Y lo que más envidia uno es ese vivir con las puertas abiertas de las casas.
En Caicara del Orinoco están aguardando —con tanta impaciencia como al invierno— que les acaben de instalar el teléfono. Tienen las líneas pero les faltan los aparatos. Y hasta el momento tienen una colección de promesas. Luego está el problema de las cloacas, similar al que anoté en Cabruta. Y cuando hablan del Centro de Salud es para lamentarse. No hay remedios, no hay ni gasas ni vendas para atender un herido… casi ni médicos. ¡Un desastre! En educación están bien. Hasta una escuela artesanal tienen.
Se me ocurrió preguntarle a una autoridad a qué era debido el crecimiento de Caicara y me encontré con esta perogrullada como respuesta:
—Se debe al gran nacimiento de personas.
No pongo el nombre de esta persona por respeto ante sus paisanos y por respeto a mí mismo. Nada me dijo de comercio, ni de agricultura o ganadería. Ni de minas o mineros. Y Caicara del Orinoco debe su actual auge al Guaniamo, a los diamantes, a las veinte mil personas que tienen que alimentarse a diario para seguir soñando. Tan sólo el Municipio de Caicara percibe alrededor de 15.000 bolívares en concepto de patentes de industria y comercio de las instalaciones en aquellos lugares.
Lo triste está en que en estos lugares aún existe el caciquismo. Gentes que creen que los dineros deben estar en sus manos. Y lo evolutivo como que es para otro año. Eso es un soborno al tiempo. Al nuestro.
Pedro Torres es una de las personas más agradables con las que se pueda tratar en Caicara. Vende cerveza a la orilla del río. En el fondo, es un poco vigía de lo que trae o lleva el Orinoco. Pedro Torres es un hombre sencillo, grueso y habla con la sinceridad de mirar a los ojos. Dice que a su negocio lo llaman “Palito Frijolero”. Hablamos de los campesinos.
—El campesinado ha abandonado la agricultura. Los campos no se trabajan. Han venido a vivir a las orillas de los pueblos en casas bonitas. Y ahí ha venido la decadencia. El campo está completamente abandonado. No se encuentran ni topochos. Se trabaja el algodón porque hay créditos, pero nadie siembra caraotas, frijoles…
Pedro Torres también vende artículos indígenas: flechas, cerbatanas, guapas… se los traen los mismos indios. Son panare. Ellos traen su mercancía y le ponen precio. No se discute. Pedro Torres les paga lo que ellos dicen. Los indios han andado antes por el pueblo valorando lo que les ofrecían.
Seguimos conversando de los campesinos:
—El campesino está frustrado. Los fiscales corrompieron al campesino. Las pérdidas las debe conocer el Banco Agrícola y Pecuario. Aparecieron muchos adeudando cifras que no habían percibido y muchos créditos los percibieron gentes que ni tan siquiera tenían tierras. Al campesino no le quedó otro recurso que abandonar la agricultura. ¿Por qué motivo? Porque tenían que sembrar y entregar obligatoriamente al Banco. Y ellos no debían aquellos números. ¿Qué pasó? Entonces se vino al pueblo, a trabajar a jornal o a hacer otra cosa…
Y añade:
—Lo corrompieron y hoy está desengañado. Cree que si produce el Gobierno le va a quitar lo que tiene. Para aquéllos famosos créditos le comían el cochino, la gallina y el día de la verdad, nada. El campesino está retraído. No se atreve con un fundo. ¿No se lo quitarán?
Si le dicen que Caicara del Orinoco es un emporio pecuario y agrícola, lector, tache lo último.
—Respecto a las lagunas, aquí hay muchos elementos a quienes les han dado permiso para meterle chinchorro de arrastre. Y con el tiempo nosotros vamos a quedarnos sin los criaderos de pescado. La fauna la debemos cuidar todos. De ahí nos sostenemos más de uno.
—Y eso está prohibido por la ley —tercia el señor Ángel Rodríguez Viña—. Aquí la pesca es discriminada. Principalmente en las lagunas. Viven chinchorreándolas, sacándoles la sapoara, el bagrecito… Mejor dicho, todos los pescados que ya están en los criaderos para poner, los sacan. Echan a perder las aguas, y, sin embargo, tienen ciertos permisos. Pero son permisos fantasmas, que no son del Ministerio de Agricultura y Cría…
Y por si no había entendido bien, añade el señor Rodríguez Viña:
—Esos son los vivos. Porque si va don Juan Bimbita con un chinchorro a pescar por ahí, entonces sí lo acuña la ley… ¿por qué?
Con el ingeniero Julio Miliani hablé sobre las carreteras en construcción. La carretera que va hacia La Urbana —con destino a Puerto Ayacucho— la está construyendo el Ejército. La que va para San Juan de Manapiare está en el kilómetro 209. Tendrán trabajo como para dos años más. La de Guaniamo está lista, a falta de detalles.
Mientras el señor Miliani se ocupa de sembrar bosques, de arborizar las orillas de la carretera que va de Caicara del Orinoco hacia Ciudad Bolívar, hay ya ocupación de terrenos en las tierras que van para el Sur. Caicara del Orinoco se está convirtiendo en una encrucijada de caminos, con todo el porvenir enfrente, para desarrollarse. Hay porqué ser optimistas. Caicara del Orinoco será una gran capital en un futuro próximo.
Pero no hay que olvidar el problema principal: debe garantizarse al campesino educación, salud y futuro. Es la lección del proverbio oriental de no dar un pescado, sino enseñar a pescar. Nada se consigue con que ciertos cerebros entiendan El shock del futuro de Alvin Toffler —y se crean preparados para él— si detrás queda toda esa masa de Pedros Páramos — ¡y ojalá muchos lo fueran! — que ni tan siquiera puede interpretar un parvulario. El subdesarrollo es de todos, común. El egoísmo no debe llevarnos a ignorarlo, a no darle soluciones.
Hoy el campo se ha convertido en un problema de números, de aritmética. Como una ciencia. Y nuestro campesino sigue en el Limbo. Tiene al año más tiempo libre que un muchacho en edad escolar, pero sólo cuenta con un recurso del pizarrón del aire. Ni por una emisora —tan siquiera una—, ni por un agente, maestro —apóstoles de nacionalidad—; recibe los conocimientos que den otra perspectivas al poder hacer de sus manos, al mundo que debe existir más allá de signar unos papeles con sus huellas dactilares.
Ya no se trata de ser tercermundista. Ahora se trata de ser o no ser habitante de un mundo con un almanaque que camina en 1975. La cultura, la técnica, la higiene parecen no poder llegar al campesino. ¿Por qué? Hay magníficas oportunidades de tiempo que se pierden, como si la historia no fuera a pedir cuentas.
Yo he contado parte de lo que vi y escuché en este viaje. Las consideraciones también las he reflejado. En el paisaje del Orinoco, de Guayana, diré que colgando de las ramas de un árbol, unos nidos de arrendajo ponen signos de admiración sobre el paisaje.